
Michel Inzunza
Hace décadas, el gran novelista mexicano Luis Spota redactó El Primer Día, obra literaria en la que narra las primeras 24 horas de un expresidente que abandona el cargo y en la que detalla la repentina soledad que le envuelve.
A unos cuantos días de que Sergio Mariscal finalice su trienio y con ello abandone para siempre la oficina que ocupó en Palacio Municipal durante tres años, es imposible no hacer la mínima comparación entre el alcalde y el personaje de Luis Spota, aunque las similitudes son bastantes.
Y es que más que pena, da tristeza ajena imaginar el camino que Sergio Mariscal recorrerá a partir del próximo 16 de septiembre. Tristeza que es proporcional al grado de egocentrismo que posee quien debió encabezar la Cuarta Transformación en Cajeme y que terminó por ser peor que las administraciones neoliberales que el presidente Andrés Manuel López Obrador critica cada mañana.
La tristeza de Mariscal estará fundada, al igual que en El Primer Día, principalmente en el aislamiento y abandono que sufrirá por parte de quien considera sus más cercanos colaboradores, más aún de su propia esposa, Margarita Vélez de la Rocha, con quien siempre mantuvo una lucha de poderes dentro del Ayuntamiento y ahora, al ser ella quien deguste las mieles del poder, no dejará que su marido, como comúnmente se dice, le venga a “corregir la plana” como antes lo hacía.
Por un instante me sitúo en el lugar de Sergio Mariscal e imagino lo difícil que será para él no poder acceder al Palco Presidencial que el Club de Beisbol Yaquis le otorgó igual que a cada alcalde en turno. Y no es que en este momento él no tenga la capacidad económica para adquirir uno de esos lujosos lugares, sino el trato y los cuidados que recibió durante su presencia en los juegos. Ahora, después del 16 de septiembre, a quién le importará si Mariscal presenta número, al final del evento será un borrachos más en el estadio.
También imagino cómo será para el vivir en Cajeme, ese que pregona como el municipio más seguro del Noroeste de México, sin dos policías municipales que le cuiden la espalda las 24 horas del día y también sin aquella camioneta Toyota Tundra blindada, que en algunas ocasiones utilizó con justa razón, ya que si las amenazas en su contra no fueron directas, por lo menos el abandono repetido de muertos en el predio ubicado a un costado de su casa fue una forma velada de amago.
Pero lo más triste para Sergio Mariscal será el no ser parte de ese selecto grupo de caciques que rige Cajeme, ese grupo con el que debido a la importancia del cargo que ejerció y por compromisos económicos y de poder, decidió incluirlo en contadas ocasiones y muy ligeramente. Si en su momento las hubo, después del 16 de septiembre para Mariscal ya no habrá charlas políticas con los Bours, con los Díaz Brown, con los Félix Chávez ni con los Félix Holguín.
Y si en su momento lo fue, después del 16 de septiembre Mariscal ya no será útil para líderes de sindicato, agricultores del Distrito de Riego, rectores de universidades, directivos de clubes deportivos, ni para algunos miembros de la tribu Yaqui.
A lo mejor entenderá que los comunicadores a los cuales pagó por adularlo tienen nuevos intereses, que sus libros no son tan importantes como el cree, que el dinero bien habido se obtiene con el fruto del esfuerzo y no con empresas fantasmas como las que contrató; a lo mejor sabrá lo que cuesta reparar una llanta ponchada luego de caer en un bache; que es menester pagar los tragos en el bar de un aeropuerto con el dinero propio y no con los recursos del municipio. Todo eso lo sabrá justo en el momento en que se vea vulnerable e indefenso.