Claudia Gpe. Pérez
La impunidad y la negligencia de autoridades, así como la falta de un protocolo para actuar ante casos de violencia al interior de las empresas comerciales, acabaron con la vida de Alma, pues si bien quien jaló el gatillo fue Hilario, su actuar es una clara muestra de un ser que no le teme ni a las leyes terrenales mucho menos a las divinas.
El mensaje es claro: en la tierra del feminicidio, los hombres asesinan a las mujeres porque pueden, porque quieren y porque se sigue permitiendo.
Alma no debió morir. Ella junto a su hermana, que era acosada por este individuo, así como los empleados de esa carnicería, debieron ser protegidos de forma inmediata por la Policía y por su empresa.
El asesinato Alma saca a la luz pública que en un municipio donde desde el 2015 se habla de alerta de género, y desde 2021 está alertado, los cursos, talleres, capacitaciones para atender las denuncias y los llamados de mujeres que piden auxilio sirven solo para llenar formatos, simular avances y tomarse la foto.
Ahora todos lamentan la muerte de Alma y que deje en la orfandad a una menor de cinco años. La narrativa se centra en sus funerales, en si Hilario irá a la cárcel o su defensa logrará que no pise una celda.
Sin embargo, no se discute cuántas muertas más se deben contabilizar para que autoridades y sociedad dejen de minimizar los llamados de auxilio de mujeres violentadas, para exigir protocolos de actuación, para que la policía deje de responder “como no estuvimos ni vimos nada, no podemos hacer nada”, para que la sociedad deje de juzgar y revictimizar.
¡Claro que pedimos justicia! Todo el peso de la ley, no más impunidad y un castigo ejemplar, pero también se requiere la autocrítica, pasar del discurso vacío a la protección, de la foto a políticas de seguridad, de la simulación a la reeducación con cero tolerancia a la violencia machista.
Alma: aquí está tu manada