En Sonora, Francisco Javier Madrigal, nacido en Guadalajara, Jalisco, tiene no solamente una parte de su corazón, pues aquí vivió cuando era apenas un niño.
Y es que desde el 26 de mayo de 2007, cuando se inauguró la “Sala Pancho Madrigal”, en el Centro Cultural La Casa del Colibrí, en la comisaría de Esperanza, sus recuerdos y su acervo poético-literario viven para siempre.

Cajeme, y en especial Ciudad Obregón, lo vieron crecer y, al lado de su madre y hermanas, se desarrolló en él la vena de artista, al grado de convertirlo hoy en uno de los escritores y compositores que, como pocos, se distingue por sus obras de contenido social.
Pancho, como lo conocemos, lleva en el apellido su destino, pues el madrigal es “una forma poética y una forma musical, ambos con raíces en la música y la literatura del Renacimiento”.
Y así, como en una composición lírica breve pero sustanciosa, en La Casa del Colibrí, propiedad del arquitecto Pablo Machado, se le brinda a diario un homenaje a la vida, al talento y a la prosa de Pancho Madrigal.
Según su biografía, es un destacado músico mexicano que en 1968 ingresó a un coro folclórico, poco más tarde empezó a componer canciones y a hacer giras por el centro y occidente del país, integrándose a la corriente de la nueva canción latinoamericana.
Entre 1974 y 1979 encabezó el conjunto Los Masiosares; más tarde volvió a la actividad solista. Algunas canciones suyas han sido interpretadas por Óscar Chávez, Caíto, Amparo Ochoa, Guadalupe Pineda y Alfredo Zitarrosa, entre otros.
Premiado en varias ocasiones por su labor de difusión y por su aportación personal a la música mexicana, por gobiernos y asociaciones civiles de Jalisco, entre sus canciones más conocidas están: El tigre y el nahual, Jacinto Cenobio, Julia de los caminos, La niña huichola y Los niños que nada tienen.



