Por: Manuel Velázquez Lugo
El fuego que ardía en sus ojos no era rabia contenida… era serenidad y sabiduría.
Creo que casi todos conocemos al menos lo esencial de la mitología del fénix, esta ave sagrada (para algunas culturas) que tiene la capacidad de renacer de sus propias cenizas.
Se dice que, cuando el fénix sabe que se acerca su final, después de siglos de vida, forma un nido y luego arde en llamas hasta consumirse por completo, para luego renacer de sus cenizas, con juventud, fortaleza y más sabiduría. El final se convierte en un comienzo.
En estos últimos días, navegando entre las redes sociales (Instagram, más que nada), pude ver un sinfín de historias y publicaciones con dos imágenes más o menos similares. La primera: Shakira en el escenario. La segunda: un fanático o fanática cantando sin poder contener su emoción. Y, siendo muy sincero, en mi perfil mis amigos vieron también las mismas dos historias, fue inevitable… justamente como su canción.
Shakira volvió a Hermosillo después de más de una década, y en una ciudad tan grande y tan pequeña a la vez, fue casi el evento del año (porque tampoco voy a demeritar otros eventos que han ocurrido o están por ocurrir); se volvió el tema de conversación en todas las plataformas sociales y también fue la nota para todos los medios. Shakira, la barranquillera, una artista de talla internacional, incluyó a la capital sonorense en su gira mundial Las Mujeres Ya No Lloran.
El espectáculo fue de primera, eso es innegable, pero hubo algo que también atrapó gran parte de mi atención, el hecho de que, para muchas de las personas que estuvimos ahí (porque me incluyo), asistir a ese concierto y conocer a esta artista fue prácticamente cumplir un sueño, cumplir con un anhelo que se tenía desde hacía muchísimos años, y que muchos quizá daban por perdido.
¿Por cuánto tiempo podemos mantener con vida un sueño? Si la esperanza es lo último que muere, ¿podría decirse que los sueños van a la par?
Y es que, entre el mar de gente que esperaba para entrar al estadio, a pesar de la fuerte lluvia que se presentó y que, ahora sí, sorprendió a los hermosillenses… había una señora que llegó esperando comprar un boleto, con toda la seguridad, esperanza y determinación de que iba a encontrarlo. Y parte de sus palabras fueron: “Nunca hay que perder la fe, ya verás que ahorita sale uno y voy a entrar al concierto”, palabras más, palabras menos.
Y como ella, muchas otras personas llegaron a ese concierto sin importarles más nada. Ni el sol ni el calor; ni el viento ni la lluvia; ni la espera ni la distancia (porque muchos viajaron desde otras ciudades); vamos, ni siquiera el hecho de haberse endeudado (quizá) para obtener su boleto, nada importaba esa noche salvo disfrutar de ese concierto tan soñado.
Por unas horas, todos olvidaron sus conflictos, sus pesares, sus problemas; aquellos obstáculos que han enfrentado durante el año o quizá más tiempo. La propia cantante, en sus primeras palabras hacia el público lo dijo, “todo lo demás no importa, lo que importa somos nosotros”, y aprovechó el escenario para compartir parte de su historia reciente, de cómo ha logrado resurgir de sus cenizas, luego de varias batallas a las que se ha enfrentado en el ámbito personal.
Del dolor, la tristeza y los golpes de la vida logró resurgir, encendiendo su fuego para convertirse en alguien con más resiliencia y sabiduría, un mensaje que quiso compartir con su público, porque todos en algún momento confrontamos los embates de la vida, y poco a poco aprendemos a salir adelante, a resurgir, a mantener la esperanza y los sueños con vida, a encender nuestro fuego.
¿Cuántas veces podemos renacer de nuestras cenizas? ¿Cuántas veces podemos resurgir luego de los obstáculos o las tribulaciones?
El mensaje de ese concierto, al menos para mí, fue ese… siempre se puede resurgir; de todo se aprende, y los sueños y la esperanza nunca mueren.
De acuerdo con la mitología, el fénix es un ave única, solo existe uno, que ha vivido miles de vidas. Se dice que cada 500 años, cuando sus plumas y su cuerpo por fin se debilitan, comienza a armar un nido con maderas finas como ramas de canela, sándalo, mirra, incienso y otras especias. Una vez terminado, emite un último canto y se inmola. El fuego lo consume todo y lo reduce a cenizas. Después de unos minutos emerge un nuevo fénix, joven, fuerte y con más sabiduría.
Hay una canción que también habla de esto, y justo tiene una estrofa (creo, mi favorita) que dice: Hazle caso a tu ave fénix, arde y luego ponte en pie.
No desistas de tus sueños ni te quedes en la lona cuando la vida te tumbe, siempre encuentra la manera de volver a ponerte en pie.
UN DATO: El fénix está vinculado al sol, al amanecer y el calor vital que transforma. Se dice que, luego de renacer, recoge sus cenizas en una bola de mirra, que luego deposita en el Templo del Sol en Heliópolis, como una ofrenda a Ra, dios el Sol para los egipcios.
Te invito a que me sigas y me compartas opinión. Nos leemos en mi cuenta de X @sagvelux

